¡Me miente!, doctor, ¡Me vive mintiendo!….A veces pienso que es algo involuntario, propio de una enfermedad incurable. Necesita mentir tanto como respirar. Otras, me convenzo que es parte de su personalidad, que le gusta engañar. Inventa historias que le sirven de coartadas, de pretextos. Miente con tanta sinceridad que se convence que son ciertas. Siempre fue así….siempre…desde que lo conocí en la primer consulta de mi divorcio. ¿Le dije que estuve casada?. Creo que no….Precisamente por la infidelidad de mi primer marido y porque mi mamá insistió que fuera a ver a un abogado, lo conocí a Alejandro. Fue verlo y enamorarme. Tan alto, tan seguro…sobre todo eso, tan seguro..Me encantaba escucharlo. Cuando nos despedimos me acercó su cara y me dio un beso acá, ve, en la comisura de la boca y me encantó. Salí del estudio jurídico levitando. Me pase el resto del día soñando con él. A la noche, no concilié el sueño hasta que me masturbé imaginando que me besaba. Lo quise desde el primer día a pesar de que lo conocía tan poco. A los dos días no aguanté más y lo llamé para invitarlo a cenar en casa. Estuve nerviosa todo el tiempo sin saber que preparar. Esa noche cuando llegó me quería morir. Estaba tan buen mozo. Preparé la mesa en el balcón y puse unas velitas. Graciela, mi amiga, dice que exageré. Ahora que lo pienso, es posible, pero en ese momento todo me parecía poco. Después del postre, nos acercamos a la baranda y me abrazó. Le aseguro que sentí como un estremecimiento. Después nos besamos y no nos fuimos a la cama porque no quise. Me pareció razonable y hasta indispensable que me reprimiera esa primera vez. Claro que tuve miedo que pensara que era una chiquilina. Vio como son algunos hombres…Pero no…no fue así. Al otro día me mandó un mail para decirme lo maravilloso que había sido la cena y nuestra conversación y que le encantaría verme de nuevo. Tenía ganas de responderle enseguida pero me la aguanté toda la tarde. A la noche me llamó. Me dijo que vendría por casa. Fue hermoso. Llegó después de las diez de la noche. Nos acostamos sin cenar¡ Había tanta ternura en sus caricias, tanta pasión en los dos!. Entre besos y conversaciones improvisadas, me dijo que estaba divorciado hace varios años, tenía cuatro hijos y le gustaba el café y el jugo de naranjas en el desayuno. Me hice a la idea de pasar toda la noche con él, abrazada, contenida, amada. Cuando nos quedamos quietos tiritando de placer, hechos una madeja de torso, brazos y piernas , sorpresivamente me dio un beso de despedida, se levantó de la cama porque recordó una audiencia muy temprano en tribunales y olvidó el saco y la corbata. Creo que esa fue la primer mentira. Después vinieron un montón. Sobre todo los fines de semana. Anhelaba salir con él, caminar por el parque, a las orillas del río, sobre la costanera, ir al cine, cenar en un restaurante, conocer sus amigos, presentarle los míos, improvisar un viaje de sábados y domingos. Siempre invocada un impedimento: el torneo de golf, la reunión con sus padres, el viaje por la tía enferma, las salidas con sus hijas, el congreso en Entre Ríos, Córdoba o Buenos Aires. Cuando le sugería reunirnos un fin de semana en su casa o quedarnos a dormir alguna noche, en algún hotel, me respondía que no podía. Argumentaba que una de las hija dormía esa noche en su casa y que no quería tensar una situación hasta tanto no consolidáramos la pareja. Lo amaba tanto….lo admiraba tanto, que todo lo justificaba. Graciela y Laura, dos amigas que son como hermanas me decían todo el tiempo que “lo mandara a la mierda…¿no te das cuenta que es un hijo de puta que te usa?”. Aseguraban que mantenía otra relación, pero nunca lo vieron con nadie. Yo tampoco. Esas discusiones me enojaban. Insistía que no era cierto que fuera infiel. No entendían que era un hombre muy ocupado y que cuando uno esta tan al pedo como ellas ,la mayoría de las veces, es difícil entender que una persona ocupada vive a mil, con compromisos que no puede dejar de lado. Yo sentía su afecto. No era solamente sus caricias, los besos o la forma que hacíamos el amor. No….era otra cosa. Me hablaba y nuestras conversaciones se volvían profundas. En su mirada, en la complicidad de nuestros secretos y las confidencias percibía que me quería de una manera muy especial. A nadie, nunca antes, había deseado así. En la cama disfrutábamos del sexo como no lo hice con nadie, ni siquiera con mi ex marido. Totalmente desinhibidos, me enseñó a mirarnos, a contar nuestras fantasías. Me animé a hacer cosas. Me excitaba tanto que gritaba descontroladamente. Me tapaba la boca con la almohada y se reía con una alegría infinita. No tenía vergüenza con él. Cuando nos bañábamos, me jabonaba la cola, la vagina, los senos y muchas veces terminamos tirados en la bañera inundando el baño. Con el tiempo, me acostumbré a sus pretextos, a no proyectar nada los viernes y tampoco sábados y domingo. En su reemplazo, planificaba diferentes programas con mis amigas. Una de esas veces, conocí a Marcelo. Me gustaba la idea de mentirle a Alejandro y después repetía las mismas mentiras con Marcelo, Federico, Eduardo. Era una sensación nueva eso de engañar, inventar situaciones, utilizar pretextos, concertar citas evitando delatarme. Me ordené: Los lunes, martes y jueves, planificaba encuentros “clandestinos” con Alejandro. Digo “clandestinos” porque eran en casa, de a pedacitos, a la siesta, algunas noches, en un motel…pero nunca expuestos. Los viernes y sábados, con Marcelo y Eduardo, en los boliches. ¡Me encanta bailar!. Los domingos eran de Enrique. Me llevaba a San Nicolás, a una casa de fin de semana. Armé vidas paralelas sincronizadas en la que cada historia no se mezclaba ni colisionaban. Me impuse de un libreto. Elegía los lugares geográficamente. A cada uno le asignaba arbitrariamente un barrio y jamás se me ocurría trasladarme de jurisdicción. Por ejemplo, con Eduardo íbamos a los moteles de circunvalación. Con Marcelo boliche de calle Salta y después en su casa, en el barrio de “Etchesortu”. Cuando paseaba por el centro con Graciela o Laura, me sentaba siempre mirando la puerta y cerca del baño para controlar el ingreso y tener a mano el baño por cualquier “bis por el foro”. Nunca confundí un nombre, salvo una vez. Creo que estaba con Marcelo en medio de un orgasmo y dije “Alejandro”. No se dio cuenta. Yo sí. Cambié de táctica: A todos les empecé a decir, el mismo sobrenombre: “Pipi”. Disfrutaba de la mentira y de la adrenalina que me provocaba la incertidumbre de cruzarme con Marcelo, Eduardo o Enrique, estando acompañada. Me excitaba provocarlo a Alejandro poniéndolo en dificultades, absolutamente consciente que me estaba mintiendo, jugando con sus historias, hasta que se contradecía y titubeaba y me reía como una desaforada y sonrojado se enojaba o hacía que se enojaba y yo premiaba con una caricia, un beso, algo así como cuando le damos un caramelo a la mascota . A veces, estaba lúcido, inspirado. Argumentaba historias que mantenían un nexo conducente. No se pisaba. Partía de una historia real que yo después corroboraba como cierta y armaba un texto que resultaba convincente, pero que omitía datos: Se iba a Europa a un Congreso que verifiqué por Internet, pero nunca supe si fue acompañado. O cuando me dijo que se ausentaba por dos semanas en pleno mes de Enero, para concurrir a una universidad inglesa y en realidad se había ido de vacaciones a Brasil y estoy segura que con otra mina. Otras veces, forzaba historias que no tenían sustento, carecían de entidad.….como decirle….eran muy naif por no decir boludas. A veces me daba mucha bronca que me subestimara. En las charlas de balcón, esas noches apacibles, después del trabajo, antes de acostarnos por algunas horas, me decía que la inteligencia era lo que más le gustaba de mí y sin embargo, me sentía una pelotuda a la que engañaba todo el tiempo. No le puedo dar una fecha precisa, pero de a poco en mis salidas con los “otros”, comencé a adoptar la misma metodología de Alejandro. Siempre decía que estaba “muy ocupada” con numerosas actividades sociales, compromisos familiares y una agenda que me mantenía durante los días laborables, absolutamente ajena a tertulias sociales. Quería “igualarme”, tener la misma sensación que despertaba la mentira. Sin embargo, había una diferencia sustancial. Él no sabía de mis mentiras. Yo estaba convencida de las de él. Alguna vez leí que la verdadera excitación estaba en el hecho de saberlo que no era mío enteramente; que no me pertenecía sino en algunos momentos. Imaginarlo con otra mujer en mis fantasías me excitaba. Con los “otros” no me pasaba lo mismo. Con ellos todo era físico. Después del orgasmo quedábamos vacíos. No veía la hora de levantarme, de irme de la cama, de tomar distancia. Por eso los fines de semana no me gustaban y el viernes comenzaba a esperar el lunes. ¿Puede creerlo?. ¿será eso el amor o el boludismo llevado a su enésima expresión? …
Usted no me interrumpe y yo sigo hablando como una loca, sin parar…
¿Le dije que no me gustan los psicólogos que permanecen callados?. No estoy acostumbrada…con otro colega suyo, manteníamos un diálogo. Me interrogaba, hacia preguntas…
Nunca entendí la diferencia entre ustedes. ¿qué es esto?. ¿Es sistémico?, ¿Freud, quizá Lacan…?. ¿No era Lacan el que decía que el lenguaje es la estructura del pensamiento?…..
Bueno…esta bien….no me hable, no conteste. Por lo menos escucha…¿no?. Presumo que sí….toma notas…..
¿le sigo contando?…
Un día me dijo que no podíamos seguir. Así, en plural: “que no podíamos”. Habló de su desilusión, de expectativas truncas. Me imputó que durante los últimos meses me había estancado; que la relación lo aburría. Hizo hincapié que me sentía distante, extraña. Que la relación era “autista”. “Todos los días las mismas cosas”, me dijo. Ya no existían sorpresas, improvisaciones. Me puso muy mal. En realidad no se si estaba molesta por escuchar lo que ya sabía o porque la decisión la tomó él o porque en el fondo, su ambivalencia lo sepultó…. Lo miré con bronca. Tenía ganas de decirle todo lo que pensaba, las veces que me trató de boluda pensando que me convencía de sus mentiras. Tenía ganas de gritarle que no era cierto que “no podíamos”, que el plural no correspondía. Que en todo caso, debería sincerarse y decir “no puedo seguir…” y yo lo entendería….pero no…bajé la cabeza y lloré desconsoladamente y sabe qué….le rogué que no lo hiciera, que no me dejara, que es bueno escucharnos alguna vez. Que iba a cambiar..¡A cambiar!. Me entiende doctor. ¡A cambiar!!. Yo, precisamente, asumiendo la culpa, la condena de una relación que se moría. Me confesaba única y exclusiva responsable, me allanaba a una imputación inmerecida. Lo abracé, me aferré a él, le pedí que se quedara cuando imperturbable se dirigió hacia la puerta. Lloré todo el día en la cama sin ganas de levantarme. Ni fui a trabajar, tampoco al día siguiente. Empecé a llamarlo al celular como una enloquecida y no me contestaba ni mis llamados ni los mensajes. Cuando me llamó Marcelo, lo insulté. Después vino Federico y no lo atendí. Enrique, preocupado por una conversación que mantuvo con una amiga común, pasó por casa convencido que mi “depre” era consecuencia de una materia mal rendida. ¿Se puede amar tanto al punto de la humillación?…..
Hace dos meses volvió. Me invitó a cenar por primera vez en un restaurante. Lo encontraba cambiado, diferente…no se. Cuando me dejó en casa, estuve tentada a invitarlo que se quedara. Me reprimí. Creo que él también en sugerirlo. Estamos saliendo de nuevo…
La semana pasada empezó con lo mismos pretextos de antes…la mamá enferma, reuniones en el club, cumpleaños de amigos, reuniones de cátedra….bueno…ya se…pasaron los cuarenta minutos…siempre me pasa lo mismo, nunca puedo terminar…nos vemos el miércoles que viene…Ahhh!!, no….no voy a poder venir, doctor…tengo mudanza…me voy a vivir con Alejandro. Después le cuento…