En la extensa jornada de agobio que le deparaba, Cirilo maldijo la inveterada costumbres de enfundarse en sacos y atarse al cuello una corbata. En el banco de aquella plaza, en el bebedero, en la sombra que deparaba el árbol y en el texto de Baruch Spinoza encontró sosiego y levitó, al menos,unos minutos.

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