La escritura no deja de ser una combinatoria de signos, estructura con regulaciones internas que entretiene por ser lúdica, un juego de pura inventiva en la que el azar y la necesidad participan como en una tirada de dados. Hablar es como respirar y la lengua como el aire que se respira. Foucault como si evocara a Heidegger dice que la lengua es una patria, un hogar, el abrigo, la voz de la infancia, una morada.

Escribo y en la frase voy construyendo una estructura que se vincula y contagia de palabras que dejan ser ser anónimas para cobrar sentido. La coma delata una pausa. El punto nos detiene para dar vuelta la hoja o decirnos «hablando de otra cosa…».

Su pluma, nos dice Foucault, es heredera del bisturí de su padre. Quizá por eso la dulzura que experimenta no es otra que la del escalpelo y las tijeras del cirujano en su paraíso frente a un cuerpo entregado al que corta y sutura. Su hoja en blanco es un pellejo, su grafos cicatrices y su escritorio la mesa de operación en una sala rodeada de estantes con libros y documentos, transformando el quirófano en biblioteca.

Uno aspira,alguna vez, a escribir el último libro del mundo, aquel que una vez escrito haga vano todo intento de seguir escribiendo. Un texto en el que se saturen todas las palabras posibles. Sin embargo, el anhelo es escribirlo como compendio de toda nuestra vida, dando testimonio como Neruda «Confieso que he vivido».

Si somos Budistas y pensamos en la posibilidad de ser «otro», la sensación de volver a leerse para despertar como Buda es una aspiración metafísica y sin convertirse en el reino de los cielos, nos dormimos con esa presunción.

Escribir no es lo mismo que hablar. Con la escritura se borra nuestro rostro. El lector nos imagina. Inserta el tono de voz, un contexto físico, pausas que se transforman en silencios prolongados y presiente que hablamos aunque nos lea. Nos ha pasado con libros ajenos en los que después, mucho después, cuando el libro se convierte en un film, los actores, sus tonos, refieren otra historia, en otro contexto, infinitamente diferente del que nosotros construimos.

La palabra traduce nuestra voluntad de la misma manera que lo hace la escritura. La primera se evapora.

RAT 17/01/2012

 

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Un comentario sobre “REFLEXIONES DE MICHEL FOUCAULT, TOMAS ABRAHAM Y OTRAS MÍAS SOBRE LA ESCRITURA

  1. Muy buena reflexión, coincido que el que escribe anhela realizar una obra que sea insuperable por lo menos durante sus años mortales.

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