PARIS ES COMO VOS…*

“Yo digo que París es una mujer y es un poco la mujer de mi vida…” (Diálogos entre Cortazar a Daniel Mordzinski).

París es como vos. Exactamente como vos. Se insinúa, te seduce, pero no se entrega. El descubrimiento reciproco es maravilloso. La primera cita inolvidable. Me mira, nos miramos. Ofrece su escote cerca del Moulin Rouge; responde al primer beso frente a la Tour Eiffel, te toma de la mano en las angostas callecitas del Latin Quarter, te acaricia suavemente el rostro detrás del Opéra; se resiste a la insistencia que genera el placer en Saint Germain y doscientos metros más allá, en la pequeña Place de Delacroix, en aquel banco de espaldas a la rue, detrás de la capilla, se dejó llevar por la pasión del momento sin perder ese aire fino y aristocrático de Champ Elysee.

París y vos tienen la melancolía de Montparnasse, la bohemia de Montmartre, el abolengo del Louvre,la nobleza de la Place Vendôme, la cultura del Barrio Latino, la rebeldía de le Bastille y la diversidad de sus habitantes, franceses, turistas, exilados y los amontonados en ghettos más allá de Montrouge, de Gentilly, de la Porte D´Orleans.

Jamás te rechaza. Tampoco se entrega. Deja que la descubran de a poco. Cada visita es una aventura, un descubrimiento, algo sublime e impredecible que te contagia de sueños, fantasías, anhelos, esperanzas, proyectos y un día cualquiera, preferentemente en Julio, decides quedarte a convivir con ella, pernoctar todas las noches y hacer el amor en sus dormitorios, en los estudios, en las bohardillas, en parques de madrugada; en cualquier rincón del metro, en oscuros pasajes de las iglesias, excitados por el pecado y reírnos cuando hablamos en francés, cuando cantamos en inglés, cuando gesticulamos como italianos o amamos como latinos y todo esta bien aunque todo este mal, porque lo accesorio no debe confundirnos ni enfrentarnos ni deprimirnos.

París es impredecible. Sus humores son proporcionales a su desencanto. Necesita, igual que vos, que la mimen, sentirse acompañada, querida, extrañada, amada, contenida.

La distancia, la incomunicación, igual que vos, la pone de mal humor. No es de las que toma la iniciativa. No ha sido educada así. Te espera, me espera, todos los años y me recibe con toda la sonrisa que su boca puede contagiar y me abraza, tiernamente. Al principio como un amigo que hace tiempo que no ve y extraña. Después, con los días, como al compañero de toda la vida y más tarde, como si necesitara estar seguro de tus sentimientos, te recibe como el amante deseado y era parte de sus sueños.

Tiene “Unami”, una palabra en japonés que quiere decir “otro sabor”. Todos los años, sabe a perfumes que complementa las papilas y me muero de amor, con las mismas ganas que saboreo un helado, así por capas y me dejo llevar por tus calles, sin reloj, por tus veredas sin baldosas, recorriendo librerías, haciendo pausas en sus incontables bares, de espaldas a la barra, en pequeñas mesas, hombro con hombro con anónimos cómplices que contemplan igual que vos, igual que yo, las etnias transitar por tu prolija urbanización.

Camino hasta el canal Saint Martin donde los barcos en un sube y baja atraviesan los mostradores a la altura de sus calles y contemplo el trabajo de las exclusas, cubiertas de musgos, desde los balcones de la rue, distribuyen el agua para nivelar los escalones y se me parece a tus estados de ánimo, a veces tan cambiantes. El solitario marinero, recogiendo sus cabos, erguido, en popa, que navega cual almirante sin charretera, parece copiar tu actitud tan introvertida, aquella que en silencio, te hace desaparecer hacia un mundo propio, apartado de todo y de todos y me quedo absorto mirando como se aleja, sin vela, a puro motor, buscando posiblemente el mar, más allá, mucho más allá de lo que pueda abarcar mi mirada, igual que vos.

París, París, París en diástole, París en sístole, tú corazón murmura, la voz es un susurro gutural que me embriaga, las orillas del Sena se iluminan de un apagado pastel y Edith Piaf, Jacques Brel, Serge Gainsbourg, Mireille Mathieu, en un coro de voces, nos cantan cerca de Notre Dame para acunarte y acunarme, demorados por la brisa, la luna y la canción.

París es como vos, exactamente como vos. Te imagino en los afiches de Toulouse Lautrec, en las pinturas de Monet, de Renoir, de Pissarro, en Cézanne, en los dibujos de Picasso; te busco entre las bailarinas de Degas y cuando no te encuentro, te procuro en las librerías, en algún personaje de Víctor Hugo, lejos de la Peste en Camus, con la racionalidad de Voltaire, en el existencialismo de Sartre, en algún museo renacentista con Dumas, en la lectura de Zola, en Breton, en la condición humana que describe Malraux o en la fortaleza y no en la decadencia de Duras o Yourcenar. Entonces me acuerdo de Cortazar, cronopio que también la amó y en tantos argentinos que han sido sus amantes y de nuestras íntimas historias que nos han mantenido felices y angustiados, dichosos y encontrados, maravillosamente enamorados a pesar de la distancia.

(*) Extraido del Capitulo 61 de “AQL”

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